Adorador Por excelencia!!!
El más grande y el más amado rey de Israel. Nació en el 1040 a.C. (2 S. 5:4). Se le menciona unas 800 veces en el Antiguo Testamento y 60 en el Nuevo Testamento; y con Salomón, uno de sus monarcas más famosos. Era el menor de ocho hermanos y tenía dones musicales y poéticos notables, que cultivaba mientras pastoreaba ovejas. Ya ungido (probablemente en secreto) como nuevo rey, por Samuel, entró al servicio del rey Saúl. Este, celoso de la fama que David iba adquiriendo, especialmente tras matar a Goliat, trató de quitarle la vida (1 S. 18:13 - 19:1); ante las amenazas que le presentaba Saúl, el joven David se convirtió en proscrito (1 S. 19:11; 21:10); huyó a Gat, ciudad filistea (1 S. 21), y luego se refugió en la apartada cueva de Adulam (1 S. 22). Abiatar y un buen grupo de descontentos Se le unieron (1 S. 22:2). Saúl salió a perseguirlo (1 S. 23; Sal. 7:4; 1 S. 26); cuando Saúl murió en el monte Gilboa en 1010 a.C., lo coronaron rey de Judá (2 S. 2:4). En 1003 a.C. Israel entero lo aclamó rey (2 S. 5:1-5; 1 Cr. 11:10; 12:38). Tras derrotar a los filisteos (2 S. 5:18-25) capturó Jerusalén, baluarte de los jebusitas, y la convirtió en capital religiosa cuando llevó a ella el arca (2 S. 6; 1 Cr. 13; 15:1-3); organizó la adoración (1 Cr. 15, 16); amplió el reino por los cuatro costados (2 S. 8; 10; 12); dio gran impulso al culto de Jehová y ensanchó su reino por sucesivas y extensas conquistas. Durante la guerra con los amonitas, cometió su gran pecado, por el cual recibió castigo y del que se arrepintió sinceramente. Conforme a las costumbres de su tiempo, tuvo varias esposas, una de ellas hija de Saúl.
La figura de David, como hombre y como rey, tiene un relieve tal en la historia del pueblo de Israel que no deja de ser el tipo del Mesías, que debe nacer de su raza. A partir de David, la alianza con el pueblo se hace a través del rey; así, el trono de Israel es el trono de David (Is. 9:6; Lc. 1:32); sus victorias anuncian las del Mesías, lleno del Espíritu, que reposa sobre el hijo de Isaí (1 S. 16:13; Is. 11:1-9); reportará sobre la injusticia. Por la victoria de su resurrección cumplirá Jesús las promesas hechas a David (Hch. 13:32-37) y dará a la historia su sentido (Ap. 5:5).
David, llamado por Dios y consagrado por la unción (1 S. 16:1-13), es constantemente el «bendito» de Dios, al que Dios asiste con su presencia; porque Dios está con él, prospera en todas sus empresas (1 S. 16:18), en su lucha con Goliat (1 S. 17:45 y ss.), en sus guerras al servicio de Saúl (1 S. 18:14 y ss.) y en las que él mismo emprenderá como rey liberador de Israel: «Por doquiera que se iba le daba Dios la victoria» (2 S. 8:14).
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